La historia detrás de Todos Queremos a Alguien
Catalina Aguilar Mastretta quería contar una comedia romántica, un género que a ella la ha marcado mucho. Pero quería hacer una que tuviera mayor profundidad, que “se sintiera un poco más cercana a como yo he afrontado mis relaciones sentimentales, y mis amigas y la gente a mi alrededor, y todos los ejemplos que he tenido en el mundo”. Bajo esa idea escribió y dirigió su segundo largometraje, Todos queremos a alguien, película que se estrena este 10 de febrero y que es protagonizada por Karla Souza y José María Yazpik. “Lo que me gustaba era contar una historia de una relación que se terminó hace mucho y que no se va a terminar nunca. Del ex novio, ex novia emblemático que todos tenemos”.
Catalina, quien en 2015 hizo Las horas contigo, su ópera prima como directora, decidió ubicar su historia entre Los Ángeles y Ensenada. “Terminó siendo una historia californiana”, dice Catalina. “Pasa entre Los Ángeles y Ensenada de una manera muy natural, como muchísima gente, Chema incluido. Ha vivido y vive esa frontera del norte, que siempre vemos retratada en otras circunstancias. Pero creo que esta forma natural en que los mexicanos y los gringos cruzamos esa frontera y vivimos en los dos lugares al mismo tiempo no necesariamente lo hemos visto demasiado en el cine y eso me hace ilusión de que esté en esta película”.
La historia sigue a Clara Barrón (Karla Souza), una ginecóloga mexicana que vive y trabaja en Los Ángeles. Cuando tiene que asistir a la boda de sus papás, que llevan más de 40 años juntos, invita a Asher (Ben O’Toole), un pediatra que trabaja en el mismo hospital que ella. Pero cuando están en la fiesta, llega Daniel (Yazpik), el ex de Clara, quien simplemente había desaparecido de su vida años atrás y que la había dejado destrozada. Era el pretexto perfecto para su reaparición, dice Catalina.
“Las relaciones humanas son así, complejas. Y creo que el motivo de que veamos tantas comedias románticas malas es que la gente que las está haciendo no las toma en serio o las toma como una película ligera. Y creo que no es necesariamente la manera de acercarse a estos temas, porque no son pesados, pero sí complejos, y eso los hace divertidos y ricos de explorar. Y luego la ligereza viene de manera inevitable, porque el dolor que viene de esas relaciones viene también de mucho gozo, de mucha felicidad. Y lo que quieres mostrar, lo que quieres hacer que la audiencia sienta, es esta conexión que hay entre la gente”.
Encontrar las locaciones adecuadas fue pura suerte, explica Catalina. Si los papás de Clara vivían del lado mexicano de la frontera, tenía que ser en Ensenada o Rosarito. En el scouting encontraron la casa donde se desarrolla gran parte de la historia. “Era para mí la casa de la familia Barrón. Y un poco de ahí empezamos a pensar cómo armamos esto, no solo en términos de logística, sino también de sensación, porque queríamos darle cierta credibilidad a la idea de que hubiera mucha nostalgia en esa casa, la sensación de que volvían como a la infancia cada vez que regresaban ahí. Y eso de inmediato te pone en una situación de retratar todo de una manera muy espectacular o tan espectacular como se pueda. Y la realidad de los lugares: estás ahí parado y quieres hacerles justicia”.