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7 películas mexicanas de los años 30

Aunque la primera película del cine mexicano, El presidente de la república paseando a caballo, data de 1896 (apenas unos meses después de la primera proyección de los Lumière), y que durante la revolución este conflicto armado fue el protagonista de los filmes nacionales de corte documental, y que el cine mexicano silente ya había vivido una especie de época de oro, decidimos centrarnos en los años treinta. Durante esta época, con la llegada del cine sonoro, se dieron todos los planteamientos estéticos cuya consecuencia fue la llamada Época de Oro del cine nacional. Aquí una selección de filmes:

 

Santa (1931)

Una de las actrices que había hecho carrera en el cine silente de Hollywood fue Lupita Tovar, quien protagonizó esta cinta que adaptaba la novela de Federico Gamboa. Engañada por el hombre que ama, Santa es expulsada del barrio de Chimalistac, y tiene que buscar sustento y acomodo, el cual encuentra en una casa de citas. Ahí deja atrás su personalidad ingenua y se vuelve cínica e interesada. Maltratada por un torero, es amada en secreto por el pianista ciego del local.

 

El prisionero 13 (1933)

La primera de las tres películas que Fernando de Fuentes dedica a la revolución. Marta abandona a su esposo, el alcohólico coronel Carrasco, con quien tiene un hijo, Juan. Años después, gracias a la revolución, el coronel tiene un puesto de poder, el cual aprovecha para recibir dinero a cambio de liberar un prisionero condenado a muerte. Elige para sustituirlo a un don nadie que resulta ser su hijo.

 

El compadre Mendoza (1933)

En esta película de Fernando de Fuentes, cineasta fundamental en la historia del cine mexicano, trabajaron figuras que más adelante contribuirán con la industria: el guión lo firmaron Mauricio Magdaleno y Juan Bustillo Oro, Alex Phillips hizo la foto fija y Matilde Landeta fue la anotadora. Durante la revolución mexicana, el terrateniente Rosalío Mendoza sobrevive gracias a que no toma partido por ningún bando y que recibe a todos por igual, sean federales o zapatistas, hasta que la situación ya no puede mantenerse y debe elegir a uno u otro, lo que irremediablemente lo llevará a traicionar a algunos de sus amigos.

 

 

La mujer del puerto (1933)

Aunque ha habido otras dos películas en el cine mexicano que han adaptado el relato de Guy de Maupassant, esta versión dirigida por Arcady Boytler es un clásico del cine mexicano. Andrea Palma es Rosario, quien se vuelve una prostituta en Veracruz luego de que su padre ha muerto y descubrir que su novio la engaña. Cuando un borracho está por lastimarla en el cabaret donde trabaja, la rescata Alberto (Domingo Soler). Se van juntos y tienen un romance, pero ella descubre que es su hermano.

 

Dos monjes (1934)

El director de Ahí está el detalle (1940), película fundamental en la carrera de Cantinflas, elabora una historia de un aparente crimen pasional con dos monjes que se encuentran en un monasterio, un lugar de tintes góticos: Juan y Javier. Cada uno da su versión de la trágica muerte de Anita, de quien ambos estaban enamorados, y por quien ambos se volvieron rivales y monjes. Un año después, Bustillo Oro hizo El misterio del rostro pálido (1935), anécdota de tintes frankenstanianos.

 

Vámonos con Pancho Villa (1935)

Vaya que Fernando de Fuentes fue fundamental para el cine mexicano. En su tercera película sobre la revolución no solo vuelve a hablar de la traición y los horrores del desencanto, sino que incluye en su crew a gente talentosísima como Miguel M. Delgado (su asistente), Landeta como anotadora, Silvestre Revueltas como compositor y Gabriel Figueroa como operador de cámara. En tiempos de la revolución, los amigos Tiburcio Maya (Antonio R. Frausto) y Miguel Ángel “Becerrillo” (Ramón Vallarino) se unen al ejército de Pancho Villa (Domingo Soler). “Becerrillo” enferma de viruela en una epidemia y Tiburcio lo mata y quema por órdenes de Villa, por lo que decide regresar a su pueblo. En otra versión de esta película de De Fuentes –quien junto a Xavier Villaurrutia adaptó la novela de Rafael F. Muñoz–, “perdida” por más de 40 años, Villa mata a la familia de Tiburcio para que éste regrese al combate. A Tiburcio lo termina matando un dorado y se llevan a su hijo a la revolución.

 

 

Allá en el rancho grande (1936)

Fernando de Fuentes filmó esta película después de Vámonos con Pancho Villa, aunque fue estrenada primero. Sin la misma línea estética ni temática que su tríptico sobre la revolución, esta historia romántica resuelta con canciones y bailes, fue la película más exitosa de aquellos años y la que dio a conocer el cine mexicano de forma internacional: Gabriel Figueroa ganó el premio a mejor fotografía en el festival de Venecia y la cinta fue estrenada en Estados Unidos. De hecho, su fórmula ha sido repetida incansablemente instalando en el imaginario colectivo un concepto artificioso de la mexicanidad. La historia sigue a dos amigos que a partir de una serie de malentendidos se van enemistando. Así, el hacendado Felipe y su caporal Martín pelean por Crucita, campesina que es el interés romántico del segundo.

 

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