100 años de “El Santo”
El 23 de septiembre se cumplió el centenario del natalicio de uno de los ídolos no solo del cine, sino de la cultura mexicana: Santo, el Enmascarado de Plata. Fue luchador profesional pero también figura del cine: un superhéroe de carne y hueso que estuvo activo en el ring desde el 26 de julio de 1942 y hasta el 12 de septiembre de 1982 (aunque antes de llamarse Santo luchó bajo otros nombres desde 1934) y que fue el héroe de poco más de 50 películas entre 1958 y 1980.
“Supongo que como algunas historias de éxito, la de El Santo nació incluso contra su deseo inicial –dice el crítico de cine Ernesto Diezmartínez–, pues es bien sabido que no tenía mucho entusiasmo por hacer cine, por lo menos en el inicio. De hecho, Santo el enmascarado de plata (1954), la primera película en la que aparece su nombre, no está protagonizada por él sino por el Médico Asesino”.
“La popularización nace a partir de una historieta de inicios de los 50 [hecha por José G. Cruz entre 1951 y 1980], anterior a su debut fílmico. En ella, hay que recordar, el Santo llegó a enfrentar al mismo Satanás. El tiraje de la historieta era copioso para la época (alrededor de mil ejemplares, aparentemente), así que su popularidad en el pancracio y luego en la historieta se expandió en el cine. El simbolismo de su nombre, el color blanco y sus rivales ultraterrenos o monstruosos lo convirtieron en el ídolo perfecto para varias generaciones de chamacos”.
Así pues, El Santo fue el héroe cinematográfico de espectadores dentro y fuera de México. Cintas como Santo vs. las mujeres vampiro (Alfonso Corona Blake, 1962) se volvieron incluso de culto en países como Francia, donde aplaudieron sus simbolismos. El Santo es en la actualidad una figura reconocida en todo el mundo, indiscutiblemente asociada a la idiosincrasia mexicana al nivel del mariachi o la Virgen de Guadalupe.
Cuando el fenómeno del cine del Santo ocurría en tiempo presente, el crítico Jorge Ayala Blanco escribió en su libro La búsqueda del cine mexicano un apartado dedicado al luchador en su capítulos dedicados a los comediantes.
“Según se desprende de sus peripecias –escribió Ayala–, muy parecidas entre sí a pesar de sus diferencias de ambientes, El Santo es un generoso colaborador de la ineficiente policía metropolitana; un auxiliar indispensable para las pesquisas sádicas, de horror o de increíblemente doméstica ciencia ficción. Al menor llamado acude, o sea parece de improviso ante la inminencia del peligro común. Actúa sin titubeos, siempre derribando a más de 10 rivales simultáneamente, en un mundo incierto, a punto de desmantelarse de pavor o por lo mal edificado… un mundo absolutamente indefinido, precario, sin pretensión alguna de verosimilitud ni de fantasía pura, equivoco, paralelo, rebosante de regadas técnicas, incongruente hasta la pachanga, medio bobalicón, soporífero, carente de otro humor que no sea el involuntario, menos ágil e imposible que el de la historieta de G. Cruz…”
Y sin embargo, un universo fílmico que ha perdurado hasta nuestros días, que nos ha marcado como espectadores a pesar de todas sus deficiencias y que nos ha permitido tener un héroe de carne y hueso.